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El amigo de los beduinos abril 27, 2013

Posted by jonkepa in General.
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Buruaga toma notas en una cueva donde aparecen pinturas de jirafas, hechas hace menos de 6.000 años, cuando el desierto era un vergel con elefantes y leones. / A. S. de B. B.

Buruaga toma notas en una cueva donde aparecen pinturas de jirafas, hechas hace menos de 6.000 años, cuando el desierto era un vergel con elefantes y leones. / A. S. de B. B.

En la facultad no te enseñan a secar tiras de carne de cabra sobre las acacias ni a espantar enjambres de moscas verdes que quieren devorar el lagarto que tienes en el plato. Tampoco a sobrevivir tras beber aguas infestadas de amebas ni a defenderte del abrasador simún o a orientar el todoterreno siguiendo el rumbo de las estrellas en la noche. Y, sin embargo, esa es la clase de conocimiento que permite al antropólogo Andoni Sáenz de Buruaga Blázquez (Vitoria, 1956) sobrevivir en el desierto y avanzar en sus estudios sobre los beduinos, con quienes convive en el Sáhara desde 2004. «Los beduinos son los auténticos héroes de nuestro tiempo», dice con admiración.

A cambio, Buruaga nos regala los oídos con historias y leyendas asombrosas, escuchadas de viva voz de santones y ancianos que se pintan los ojos con manganeso y ‘hamera’ y que habitan en mitad de la nada. Con ellos ha compartido veladas, tés y confidencias en las que surgen personajes recién salidos de ‘Las mil y una noches…’ Como Hadara, el beduino criado por las avestruces, un ser mágico y mudo, de melena fabulosa, que no usaba turbante, comía piedras e insectos y que fue educado por un santón tras ser rescatado de las aves corredoras. «Dicen que vivió 150 años y que tuvo docenas de hijos. A su tumba acuden hoy familias con enfermos mentales para implorar la curación. Es un lugar al que se van a buscar imposibles», explica el antropólogo alavés, el único investigador que se mueve entre las dunas de Argelia, Mauritania y Malí donde acechan los peligros y las guerrillas islámicas.

Elefantes en el Sáhara

¿Sabían que en el oeste del Sáhara subsiste una tribu de cazadores de gacelas y que para acosarlas usan un perro amaestrado, el ‘schlugi’, primo hermano del chacal? ¿Y que los beduinos creen que existe una piedra que corre por el desierto y que hace rico a quien es capaz de atraparla a la carrera, como un EuroMillones sahariano? ¿O que los diablos, a los que ellos llaman ‘djenoun’, viven agazapados entre los ruidos del viento? Ciencia y misterio, conocimiento y magia se dan la mano en estas regiones de frontera donde todavía hay hombres que no han visitado nunca una ciudad ni han comido cebada cultivada. «Los beduinos se alimentan de leche de camella, de tortas de pan y de cueros que cuecen y mastican», remacha Buruaga.

Aunque, tal vez, la revelación más fabulosa para los no iniciados sea que el Sáhara fue, y no hace demasiado tiempo, un rico vergel, frondoso y húmedo, regado por las borrascas llegadas del Atlántico, y donde vivían jirafas, rinocerontes y elefantes, como atestiguan las pinturas en las cuevas, que datan de hace menos de 12.000 años. «Es como si allí hubiera resurgido de nuevo el Cámbrico: el episodio estelar de eclosión de nuestra vida», explica el antropólogo de la Universidad del País Vasco (UPV), pintando un remoto paisaje de lagos rebosantes de cocodrilos e hipopótamos y masas boscosas entre las que se movían escuadras de leones.

El azar se cruzó en la vida de Buruaga para depositarlo en el actual paisaje desértico. Enamorado desde siempre del «lenguaje de las piedras», de los «gestos humanos manifestados en las herramientas de piedra», el antropólogo pasó un año entero, durante su etapa de formación, durmiendo en un catre de campaña en la biblioteca del castillo francés de Aroudy, una fortaleza con fantasma. Allí descubrió el placer de «intimar y de ser cómplice» de personas que le transmitieron su «sabiduría» y junto a quienes examinó piezas procedentes de Australia, Tasmania, África, Europa y América. «Empecé a trabajar en el lenguaje de las piedras», recuerda. «’Tengo que ir allí’, me dije». Lanzó una oferta a las embajadas de Mauritania, Argelia y Marruecos, pero ninguna quiso responsabilizarse de su seguridad. «Era una zona en conflicto. Los ‘azaguad’ cortaban cabezas con rapidez», recuerda.

En 2004 conoce a los miembros de una delegación saharaui de visita por España y obtiene el plácet de Hussein Mohamed Alí, responsable de Arqueología de la República Árabe Saharaui Democrática para investigar, recuperar y reconocer el patrimonio cultural sahariano. «Desde las tradiciones al medio ambiente, pasando por la toponimia, la etnografía y la cartografía», resume Buruaga. En dos palabras, un trabajo enciclopédico, una de esas tareas imposibles que acometían los exploradores de mediados del XIX.

Cobras y hospitalidad

Al principio viajaba solo, con la única compañía en el ‘Toyota’ de un chófer que habla la ‘hasanía’, el dialecto árabe de la zona, y que le ayudaba en el intercambio por la supervivencia con los nómadas. A partir de 2008, le acompaña una escolta de hombres armados con ‘kalashnikovs’. Sobre la marcha tuvo que aprender Buruaga que bajo las piedras sobre las que se tumbaba para calcar grabados antiquísimos moraban serpientes mortales como la víbora cornuda y la cobra de anteojos. En los hospitales hay antídotos, pero en el desierto no hay neveras capaces de conservar los viales. «Los beduinos representan un modo de vida que desaparece. Admiro en ellos dos grandes virtudes: la hospitalidad, que es ofrecer sin pedir, dar sin exigir; y la bondad. Son personas buenas», dice el antropólogo.

Buruaga ha tratado con personajes de novela como los ‘nefei’, hombres capaces de recorrer a solas 2.000 kilómetros en el desierto, que cargan sus camellos en las minas de sal de Taudenni y atraviesan la región del Tiris hasta llegar a Tombuctú, donde la cambian por té, azúcar y telas. Así que, casi sin darse cuenta, el antropólogo aprendió que el capital de una familia son los camellos (por una hembra fértil de cinco años puede llegar a pagarse mil euros mientras que una cabra con la que matar el hambre cuesta unos setenta), que los rumiantes se alimentan de los granos de una planta llamada askaf y que esos seres pausados y autosuficientes parecen tener grabado en el ADN el recuerdo de los pozos (aunque estén hoy secos) donde abrevaron de chicos.

«¿Calor? Mucho. Más de 50º en ocasiones. No puedes beber agua porque está a más de 40º. Allí no hay nada que la enfríe… Pero lo que más me sorprendió del desierto fue el viento, el poder y la virulencia del viento», dice viajando con la memoria a su patria de arena. «Es magnífico, esculpe a las personas y a las rocas. El viento es el compañero inseparable en el camino. Pero llega a ser atroz, terrible… cómo te golpea en la cara. El desierto es una enseñanza continua, puro Darwin, allí solo sobreviven los más capaces y dotados. Y los beduinos son sus dueños, los señores del desierto, sin pasaportes ni fronteras», resume el investigador.

Buruaga se mueve por el Tiris, en el Río de Oro, un territorio inmenso y desconocido donde ha catalogado ya 4.500 monumentos funerarios, enormes túmulos erigidos con piedras acarreadas por los nómadas y bajo cuyas losas descansan, momificados por el clima, decenas de cuerpos. «Hay mucho por descubrir y por estudiar. Estuvimos allí 90 años, pero no fuimos muy brillantes estudiando la zona. La excepción es el trabajo de Julio Caro Baroja, recopilado en un libro de 1955 titulado ‘Estudios saharianos’», afirma este rastreador del pasado. «Allí he descubierto otras gentes y otro mundo. El desierto me ha cambiado».

Julián Méndez en Las Provincias

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Comentarios

1. Bitacoras.com - abril 27, 2013

Información Bitacoras.com…

Valora en Bitacoras.com: Buruaga toma notas en una cueva donde aparecen pinturas de jirafas, hechas hace menos de 6.000 años, cuando el desierto era un vergel con elefantes y leones. / A. S. de B. B. En la facultad no te enseñan a secar tiras de carn…..


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